Nº 11 ~

Porquete (Piglet)

Londres, 1920-1925

New York Public Library

Durante un tiempo me había olvidado por completo de la existencia de los peluches originales que inspiraron los personajes de los libros de Winny de Puh escritos por A.A. Milne, hasta que hace poco me volví a topar con ellos. He aquí el Porquete original (Piglet), quien, a pesar de su aspecto un tanto maltrecho y aplastado, era evidentemente un personaje decididamente bien formado antes de que apareciera en ningún libro.

Mirando las fotografías de todos los peluches juntos (expuestos en la New York Public Library desde 1987), salta a la vista que E.H. Shepard fue muy fiel a sus siluetas en las ilustraciones que creó para los libros. Es cierto que en el caso de Porquete es algo más difícil de ver; su cara debe de haber tenido un aspecto bastante diferente en sus días de gloria (y ¿puede que llevara un chaleco de lana como vemos en las ilustraciones?).

Aun así, la forma en que están alzados sus brazos, sus dimensiones y su tamaño (¡parece diminuto!) le dan un aire permanente de hermano menor que está tratando de encaramarse a un taburete alto, pataleando con esas piernecitas cortas, y sacando la lengua por todo el esfuerzo, y que no acaba de conseguirlo.

Mi reencuentro con estos muñecos ha sido oportuno, ya que justo ha coincidido con la lectura de los libros de Winny de Puh a mis hijos. Mi hija de 10 años suele leer sola antes de dormir, pero para los libros de Puh hace una excepción. Le gusta leer en voz alta, y a mi hijo de 7 años también, así que a menudo nos turnamos para leer las cancioncitas y los poemas de Puh, el uno detrás de la otra, una y otra vez: “Ahora yo”, “Vale, ahora yo otra vez.’

Anoche leímos un capítulo en el que Conejo hace ir a Porquete y Puh al Bosque de los Cien Acres cuando está cubierto de niebla. Conejo tiene un plan bastante antipático que conlleva “perder” a Tigle con el objetivo de enseñarle una lección y “desbrincarle”.

A mis hijos les gustó un fragmento en particular, en el que Porquete, Puh y Conejo están caminando en la niebla, completamente perdidos, pero sin admitirlo:

Porquete se acercó cautelosamente a Puh por detrás.

–¡Puh!  – susurró.

–¿Sí, Porquete?–

–Nada–dijo Porquete tomando a Puh de la zarpa. –Solo quería estar seguro de ti.–

Los dos se rieron y me pidieron que lo leyera otra vez, y luego pasamos varios minutos hablando de Porquete y su relación con Puh, y sobre su permanente estado de ansiedad.

Estoy leyendo las historias de Puh a mi hijo relativamente tarde en comparación con cuando se las leí a mi hija, y es interesante cómo les enganchan de diferentes maneras. Estos libros parecen aportar una sensación instantánea de calma y familiaridad reconfortante, y mi hija posiblemente los esté disfrutando más con 10 años que cuando era más pequeña. Ambos le tienen muchísimo cariño a Porquete.

Este Porquete original parece haber sido masticado con vigor, arrastrado despreocupadamente y machacado con cariño, y quizás también haber dormido con su dueño religiosamente hasta alcanzar este aspecto raído, con varios trozos perdidos por el camino. Parece el compañero ideal de quien cuidar, y para hacerte sentir que quizás no eres tan pequeño después de todo, si puede existir una criatura tan pequeña como él.

Al mirar las fotografías y pensar en el dueño original de Porquete – el hijo del autor, Christopher Robin Milne – salió a la superficie una sensación desconcertante que tomó su lugar junto a mi cariño arraigado por las historias de Winny de Puh. Resultó particularmente interesante mirar estos muñecos en calidad de objetos de juego que usó un niño.

Christopher Robin – ¡qué nombre tan específico, y qué marca dejarle a un niño!

Donó los juguetes a la editorial de los libros, porque prefirió estar rodeado de las cosas que disfrutaba de adulto, en lugar de centrarse en su niñez, y la editorial a su vez los donó a la New York Public Library (acto que sentó mal a más de uno en Reino Unido). Tras saber de esta donación voluntaria, creció mi sensación de ambivalencia e invasión: cuando miro a este Porquete, veo un objeto personal e íntimo que perteneció a un niño pequeño. Es un pensamiento extraño que choca con todo el ruido que lo rodea y todo el dinero que se gana a su costa.

Christopher se crió con una nanny hasta 1930, cuando, a la edad de 9 años, se le envió a un internado. Al leer sobre el lado comercial de Puh como empresa, se me escapó una mueca de horror al ver que ese mismo año A.A. Milne firmó un acuerdo comercial con Stephen Slesinger, conocido como el padre de la industria de licencias. Había un juego de mesa, programas de radio, grabaciones, muñecos, platos, todos ellos con representaciones de Christopher Robin y sus amigos. El Christopher Robin de verdad lo pasó mal en el internado; todo el mundo conocía los libros y los productos, y la situación le pareció mortificante.

En una entrevista de 1980 con un periódico local, Milne hijo habla de las burlas y el bullying en el colegio, y de cómo trató de deshacerse de ‘Christopher Robin’ para convertirse en alguien por derecho propio, algo que consiguió finalmente después de que hubieran muerto ambos padres. Pero también muestra generosidad y paciencia, diciendo que “Sí, se podría decir que fue un sacrificio – a cambio de todo el placer que esas historias proporcionaron a millones de personas a las que nunca conoceré.”

Más allá del merchandising y la maquinaria que los rodea, los libros en sí siguen cautivando de una forma fascinante. Es una maravilla cómo muestran personajes que están improvisando continuamente – no tienen ni idea de lo que se supone que tienen que decir o hacer, pero hacen como que entienden, como hacemos casi todos –niños y adultos– a diario, especialmente cuando nos enfrentamos a cosas nuevas. Hacen como que comprenden el sinsentido de todo, y afirman enérgicamente con la cabeza. Porquete y Puh parecen saber que ninguno de los dos tiene ni la más remota idea de lo que está haciendo, pero tienen un acuerdo tácito por el que se tranquilizan el uno al otro. El ritmo del sinsentido está observado perfectamente, y las historias contienen una cantidad muy saludable de tonterías.  

Es interesante mirar a este Porquete y pensar en esos años en los que solo era un peluche querido de Christopher Robin Milne: un juguete personal que protagonizó historias creadas para él por su padre, antes de que esa intimidad se perdiera en el torbellino.

–¡Mamá!  – susurró mi hija dramáticamente desde su habitación esta mañana.

–¿Sí?–

–Nada, solo quería estar segura de ti– me dijo. Y luego soltó una risilla que acabó en carcajada. 

Larga vida a este Porquete. 

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