Nº 12 ~

Yoyó de Perseo y Medusa

Grecia, 425-400 a.C.

Museo Arqueológico Nacional de Atenas

He elegido incluir este objeto en mi gabinete histórico de juguetes y curiosidades, a pesar de que existen dudas sobre si este tipo de bobina se utilizó a modo de yoyó en la Antigua Grecia.

Para este pequeño proyecto, me es suficiente la opinión de la Directora del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, Maria Lagogianni-Georgakarakos, que asesoró en la redacción de este artículo (2020, en griego), donde se nos presentan varios objetos del museo, algunos de ellos claramente juguetes, y varios otros “posibles” juguetes.

Para aportar algo de contexto y un objeto de comparación, este yoyó tiene unos 100 años más que uno de nuestros cerditos favoritos.

Nos dicen que esta bobina o yoyó muestra a Perseo por un lado (el que vemos), y a Medusa por el otro lado, aunque no he podido encontrar una fotografía del lado de Medusa. Fue encontrado en Tebas y data del 425-400 a.C., lo que significa que tiene casi 2500 años.  

Existen varios de estos objetos en distintas colecciones de museos por todo el mundo. Esta bobina expuesta en el Metropolitan Museum, por ejemplo, es particularmente bella y está muy bien conservada.

A pesar de su aspecto algo fragmentado, elegí éste porque me gustó la idea de un juguete decorado con Perseo y Medusa. El lado que muestra Perseo, parece que ha sido parcialmente reconstruido para mostrar su diseño original, y muestra su cara, su cuerpo, y un ala que se asoma detrás.  

Para aquellos que necesitamos hacer memoria, en la mitología griega, Perseo – hijo de Zeus y Danaë, y un gran héroe – mató a Medusa, la única mortal de las tres Gorgonas. Al decapitar a Medusa, de su sangre brotó el caballo alado Pegaso y su hermano gemelo (y mucho menos conocido) Crisaor. Es de suponer que Pegaso es el dueño del ala que vemos aquí.

Unos cuatro siglos después de que se fabricara este objeto, el poeta romano Ovidio escribe cómo Perseo describe sus hazañas en el Libro IV de las Metamorfosis:

 “Que él, aun así, de la horrenda Medusa la figura había contemplado
en el bronce repercutido del escudo que su izquierda llevaba,
y mientras un grave sueño a sus culebras y a ella misma ocupaba

785. le arrancó la cabeza de su cuello, y que, por sus plumas fugaz,
Pégaso, y su hermano, de la sangre de su madre nacidos fueron.”

En épocas anteriores en Grecia, Medusa se caracterizaba por ser Górgona de nacimiento; ya era una criatura monstruosa con culebras en la cabeza, pero cuando escribe Ovidio, el origen de Medusa ha cambiado, posiblemente a manos de Ovidio. Al preguntarle porqué Medusa tiene culebras en la cabeza, Ovidio escribe que Perseo responde:

 “Clarísima por su hermosura

795. y de muchos pretendientes fue la esperanza envidiada
ella, y en todo su ser más atractiva ninguna parte que sus cabellos
era: he encontrado quien haberlos visto refiera.
A ella del piélago el regidor, que en el templo la pervirtió de Minerva,
se dice: tornóse ella, y su casto rostro con la égida,

800. la nacida de Júpiter, se tapó, y para que no esto impune quedara,
su pelo de Górgona mutó en indecentes hidras.
Ahora también, cuando atónitos de espanto aterra a sus enemigos,
en su pecho adverso, las que hizo, sostiene a esas serpientes.” 

[traducción de Ana Pérez Vega]

Ese párrafo tiene múltiples cosas que digerir.

Lo cierto es que mi mente se paseó por muchos temas con este objeto: el uso de los mitos para decorar objetos en la Antigua Grecia y su presencia en la vida diaria; los objetos de juego para adultos y niños; la compulsión humana de no poder tener las manos quietas y juguetear con las cosas; la historia del yoyó y el catálogo de “verdades” a menudo confusas y engañosas que se repiten como hechos en muchas fuentes (parece no haber ninguna evidencia de que los yoyós se usaran como armas para luchar hace siglos en Filipinas); el uso extendido de la “petrificación” como tema en cuentos de todo el mundo; la figura de Medusa como la encarnación por excelencia de la misoginia y el miedo de los hombres; qué constituye un héroe, hoy y en la Antigüedad; y la agradable idea abstracta de las cosas que se alejan pero siempre vuelven a nosotros, como los yoyós.

Entonces, ¿jugaron los antiguos griegos con yoyós? Existe un conocido jarrón de terracota que muestra a un joven con algo en la mano que indudablemente parece algo como un yoyó, y que es citado como la representación más temprana que tenemos de un juguete de este tipo.

En la época antigua, los juguetes se consideraban como objetos que marcaban una etapa en la vida de una persona, y cuando los niños estaban listos para hacer la transición a la vida adulta, ofrecían sus juguetes a los dioses a modo de rito de pasaje. ¿Podría esto explicar la naturaleza refinada de algunas de las bobinas que se han encontrado? ¿Que quizás su función nunca fuera práctica, sino que eran ofrendas simbólicas de juego?

En su apartado sobre juguetes antiguos, la Oxford Encyclopaedia of Ancient Greece and Rome menciona el uso por parte de los antiguos griegos de objetos parecidos a yoyós, bajo el nombre de iinge (en inglés iynx, en griego ἴυγξ) .

Fue interesante leer que el nombre iinge viene del mito de la ninfa Iinge, hija de Pan y de Eco o Peito. Usó magia para hacer que Zeus se enamorara de Ío. Como venganza, Hera la convirtió en un torcecuelloIinge parece entonces referirse a un amuleto de amor giratorio utilizado para atraer a objetos de amor o a amantes infieles, en el que figuraba un torcecuello (véase aquí). El Oxford Classical Dictionary nos dice que cuando Teócrito escribió su Idilio II, “el pájaro ya no figura en la ruedecita, pero ha dejado su nombre: Simaeta hace girar un ἴυγξ sin pájaro para atraer a Delfis” (véase aquí). Pensé que sería interesante saber si existían ejemplos del uso de la palabra iinge en relación con juguetes para niños 

Pero no había terminado de formular ese pensamiento cuando me pregunté a mí misma, ¿no consideraríamos que un amuleto amoroso giratorio es un objeto de juego para un adulto? Sería un objeto gustoso de manejar y hacer girar, con la ventaja adicional de que el jugueteo mecánico y relajante tendría un fin.

El yoyó no siempre se ha conocido como tal. En China aparentemente ha habido algún tipo de yoyó (un diseño algo diferente, con un eje más largo) desde hace unos 4000 años; aquí otra vez nos topamos con múltiples referencias a este hecho, pero no encontré ninguna fuente específica que corroborara esta afirmación en mi breve investigación. El diseño chino eventualmente daría lugar al diseño del diábolo, cuyo atractivo es similar.

En la Francia del sigo XVIII se conocía con varios nombres: émigrette o émigrant (por haber sido usado por las clases altas de la sociedad que habían emigrado a Inglaterra, donde se conocía por el nombre de bandalore), joujou de Normandie, jouet de Coblenz. Incluso compusieron una cancioncita en Francia sobre la moda del yoyó por aquel entonces:

Si creemos a las muchas fuentes de Internet, a Napoleón le encantaban los yoyós, y al parecer todos sus soldados tenían uno en la batalla de Waterloo. Aquí otra vez fallan las fuentes primarias. Según dicen el Duque de Wellington era también un famoso aficionado.

Este cuadro muestra al Delfín Luis Carlos (hermano menor del Delfín Luis José, aquel que recibió uno de nuestros juguetes más macabros), con 4 años, jugando con una émigrette

Existen diferentes opiniones acerca del origen de la palabra yoyó: algunos dicen que viene del tagalo, y otros dicen que es una evolución de la palabra francesa joujou (juguete), pero parece claro que el juguete en que pensamos todos cuando pensamos en un yoyó debe mucho a un botones filipino llamado Pedro Flores quien en 1926 empezó a fabricar yoyós al estilo filipino en California. En 1929 ya tenía dos fábricas. Posteriormente, Donald Duncan le compró el negocio y comercializó el juguete hasta que se convirtió en toda una moda. El punto álgido llegó en 1962, cuando según dicen se vendieron 45 millones de yoyós en los EE. UU., aunque solamente hubiera 40 millones de niños viviendo en el país por aquel entonces.

Confieso que nunca se me dieron bien los yoyós; me iba más la mitología. Eso podría explicar por qué me decanté por este yoyó en concreto. ¿No sería magnifico si en realidad fuera un arma mágica de petrificación? Recuerdo que mi abuela nos regaló a mi hermana y a mí un libro sobre mitos de la Antigua Grecia cuando éramos pequeñas. Medusa y su cabeza llena de serpientes me impresionaron y me dieron bastante miedo; creo recordar que la dibujé alguna vez.

Pensando en ello ahora, es llamativo ver cómo se ha usado la petrificación en tantos cuentos y mitos a lo largo del tiempo y en diferentes culturas. El destino de acabar convertido en piedra siempre me ha parecido una idea particularmente sofocante.

¿Aún serías tú si fueras piedra? ¿Sería como Silvestre y la piedrecita mágica de William Steig, donde te sentirías condenado a la esperanza eterna de que alguien te liberara del encanto?

 “Las noches sucedían a los días y los días sucedían a las noches. […]

 Cuando se despertaba, se sentía solo y triste. Pensaba que sería una roca toda la vida y trataba de resignarse a esta idea. Se quedó dormido en un sueño interminable […]

 Cuánto deseaba gritar: --¡Mamá, Papá! ¡Soy yo, Silvestre, aquí estoy! Pero no podía. No le salía la voz. Era una roca muda.”

[Traducción de Lectorum Publications 1990]

¿O quizás simplemente ya no existirías y serías una piedra ordinaria, sin consciencia alguna?

Me dejo en el tintero muchos otros pensamientos e hilos en este texto largo, pero no me puedo dejar este poema de Michael Rosen (en inglés) que me encontré, llamado “Yoyo”, que me pareció una delicia.

También puedes ver a Rosen recitarlo aquí, con mucho encanto.

“Soy un helicóptero,’ dije.

Giré el mejor yoyó de Mart: una vuelta y otra vuelta

por encima de mi cabeza.

Vueltas y vueltas y más vueltas.

Y luego lo solté.”

 [Traducción propia de un fragmento del poema “Yoyo” de Michael Rosen, que aparece en ‘Jelly Boots Smelly Boots’, Bloomsbury Publishing, 2018]

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