Nº 19 ~

Ratón de cuero

Britania Romana, 105-130 d.C.

Museo de Vindolanda

La primera vez que vi este ratón de cuero fue en mayo de 2020, hace casi exactamente un año, cuando pinché en un enlace que había compartido Caroline Lawrence (autora de la serie de libros ‘Misterios romanos’) a un descubrimiento en Vindolanda, un yacimiento de una fortaleza romana ubicada en Northumberland, Inglaterra. Me encantó su diseño, que parece bastante ad hoc, y podría fácilmente ser de otro tiempo y de otro lugar. Me gusta mucho su cabeza triangular, sus líneas angulares, el detalle de sus orejas vueltas, y la clara actitud afectuosa y juguetona con que se hizo.   

Me hizo pensar en nuestra relación curiosa con los ratones, y en por qué, a pesar de que se les considera una plaga, se les ha retratado de forma tan simpática en el arte y la literatura a lo largo de los tiempos.

Su tamaño reducido probablemente juegue a su favor en cuanto a cómo les percibimos, y es posible que ganen puntos por su frecuente aspecto asustado y tímido cuando están ante nosotros; poco importa si de hecho acaban de hacer varios agujeros descarados en el paquete de arroz y han dejado decenas de excrementos dentro de la alacena. Sus ojos son expresivos, y sus patitas se parecen mucho a nuestras manos.

Por eso quizás no nos resulte en absoluto chocante ver a los ratones de Beatrix Potter vestidos con ropa humana: tiene sentido que usen esas patitas para abrocharse los botones de sus chaquetas y ajustarse el cuello de sus camisas. Tienen algo que nos resulta muy doméstico – literalmente – y nos parece natural imaginarnos para ellos una domesticidad en miniatura que refleja la nuestra.

Existen multitud de libros magníficos sobre ratones que son valientes, nobles, y a menudo ingeniosos. La señora Frisby y las ratas de Nimh es un buen ejemplo: la protagonista es una ratoncita de campo viuda que entra en contacto con un colectivo de ratas de laboratorio hiperinteligentes, quienes están desarrollando una comunidad cada vez más sofisticada con tecnología, libros, y agricultura, y a quienes ha de unirse para sobrevivir y escapar de los peligros que la acechan. El Dr. de Soto de William Steig tiene como protagonistas unos ratones dentistas amables pero listos, que se encuentran en apuros cuando tienen que tratar a un zorro con dolor de muela y evitar ser engullidos en el proceso. Sopa de ratón e Historias de ratones, de Arnold Lobel, nos regalan unos retratos de ratones muy agradables – son listos, graciosos, afectuosos y de lo más domésticos, con un Papá Ratón que lee cuentos a sus hijos incluido. Más recientemente, el fantástico libro Dos Ratones, de Sergio Ruzzier, nos ofrece un ejemplo perfecto de nuestra relación con estos pequeños roedores – ¿quién puede dejar de animar a estos pequeños personajes, en sus encuentros con los peligros y las amenazas que van encontrando en su camino?

Parece que los ratones nos gustan, por mucho que nos pese: sí, vale, son una plaga, pero ¡mira esas patitas que tienen, y esos bigotes temblorosos!

Los ratones son un tema bastante habitual en el arte y los objetos romanos – existe una bonita representación de un ratón con una nuez en el mosaico Asàrotos òikos (‘Mosaico del suelo sin barrer’) expuesto en el Museo del Vaticano, que en su día cubrió el suelo de un comedor en una villa ubicada en el Monte Aventino en Roma. El ratón está boca abajo en la parte superior del mosaico, y aquí vemos un detalle del ratón boca arriba.

Una breve ojeada al catálogo de objetos romanos del British Museum es suficiente para encontrar numerosos resultados con temática de ratones: un posible biberón del año 310-300 a.C. de Sicilia, que nos recuerda a nuestros biberones de Vösendorf; un bonito amuleto de plata en forma de ratón del siglo IV-V; y un buen número de figuritas de bronce como ésta, que muestra a un ratón mordisqueando algo de comida.  

Según entiendo, estas figuritas o estatuillas tradicionalmente se han vinculado a Apolo Esmínteo – Apolo en su faceta de “Señor de los ratones” (ver el templo de Apollon Smintheion en Turquía) –, pero un artículo (P. Kiernan) de 2014 sugiere que de hecho formaban parte de lámparas de aceite, candelabros y otras piezas, y que hacen referencia al ‘problema común de los ratones que roían las mechas y bebían el aceite de las lámparas’.

No puedo pensar en ningún otro animal que moleste tanto a los humanos y que aun así nos provoque ternura. ¿Pensaríamos del mismo modo sobre cucarachas u hormigas? Nuestra relación con las ratas, aunque no sea tan buena como ésta, también es interesante y nos ha regalado un buen número de héroes. El caso es que, para los romanos, una rata era mus maximus, sencillamente una versión más grande de un ratón o mus minimus.  

Cuando se excavaron los graneros de Vindolanda, se encontraron miles de huesos de ratones, de tantos años de haber estado zampándose todo el cereal que caía entre las ranuras. ¿Este ratón de cuero era un juguete para un niño? ¿Una broma de algún tipo?

Justo cuando estaba ya concluyendo mis investigaciones semanales, me encontré con un blog dedicado exclusivamente a artículos sobre los ratones en el arte a lo largo de la historia. Luego vi que la autora, Lorna Owen, había publicado un bonito libro sobre el tema, llamado Mouse Muse, que explora una selección de representaciones artísticas de ratones a través de la historia, con más de 80 piezas, incluidos Bosch, Klimt, una ‘performance’ de Joseph Beuys, Hokusai, y ratones de bronce romanos.

Con este juguete, al igual que con otros objetos de juego antiguos, lo que me da más placer es poder vincular cada una de esas pequeñas marcas en el cuerpo con un momento recuperado del pasado: un momento de intimidad callada, compartida con su creador, cuyos labios quizás estuvieran fruncidos por la concentración mientras recortaba los trozos de cuero entre las patas y el cuerpo, y que luego, al mostrar la pieza terminada, se abrieran en una mueca de satisfacción. ¡Listo!

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