Nº 37 ~

Cámara de juguete

Ségou (Mali), c. 2009

Museum für Völkerkunde Dresden

Los juguetes simbólicos basados en instrumentos o dispositivos de cierto tipo (una guitarra sin cuerdas, un ordenador de madera) me parecen un concepto fascinante. Lo que me gusta de esta cámara de juguete de Ségou, Mali, de en torno a 2009 (ahora en el Museum für Völkerkunde Dresden) es que incluye muchos pequeños detalles y claramente requirió un complejo diseño de pliegues y una amplia variedad de materiales que fueron reusados de forma experta y sin titubeos.

El texto que proporciona el museo comenta que este tipo de objeto pone de manifiesto unos graves problemas mundiales, destacando la acumulación de residuos en África, que son vertidos por países del primer mundo y están destrozando el ambiente. También comenta que muchas familias africanas dependen del reciclaje de materiales para sobrevivir, y a veces crean obras interesantes con latas y otros materiales; y además dice que la comunidad local no usa estos objetos como juguetes, sino que se venden en los mercados a viajantes y turistas.

Si bien todo esto es importante y ha de tenerse en cuenta, habiendo buscado diferentes ejemplos de juguetes de países africanos en los últimos meses, me pregunto si a veces caemos en la trampa de centrarnos exclusivamente en el contexto en el que se crean estos juguetes. Seguramente se deba a un esfuerzo comprensible de tratar de mejorar nuestra concienciación acerca de los evidentes problemas de desigualdad e inequidad en el mundo, pero se me ocurre que quizás los estemos reduciendo a ejemplificar problemas con demasiada frecuencia.

Dicho de otra forma, me pregunto si a veces despojamos a los objetos de ciertos países de su complejidad y riqueza, y de la oportunidad de (además) encarnar cosas que no sean “problemas”. Puede que esta cámara sí sea un buen reflejo del abuso de países en vías de desarrollo por parte de países ricos, que usan a los primeros como basureros (y como sitios donde colocar sus industrias más contaminantes, entre una lista muy larga de problemas), pero no fue creada en un vacío y contiene otras dimensiones que merecen ser consideradas también.

Si no supiéramos nada de su lugar de proveniencia, o si nos dijeran que fue fabricado por alguien de una zona de clase media de Tokio, ¿qué preguntas nos estaríamos haciendo? ¿A qué lugares nos llevarían nuestros pensamientos?

A pesar del comentario de que estos juguetes no son usados como tal por los habitantes locales (quizás este en particular fue hecho para turistas), hay una larga tradición de hacer juguetes a partir de alambre, latas y otros materiales reciclados en diferentes países en África, muchos de los cuales sí son usados por niños y niñas.

La palabra galimoto, en idioma Chichewaes utilizada en diversas zonas del continente africano para referirse a un coche o vehículo de juguete para arrastrar o empujar hecho de materiales reciclados, especialmente alambre, y probablemente derive de las palabras en inglés motor car (car motor en orden inverso).

Este tipo de juguete es muy común. Pueden ser muy sencillos o bastante complicados, como este juguete de alambre que tiene el British Museum en su almacén, que está compuesto de figuras de músicos montados en un vehículo, y posiblemente sea mi favorito de entre los varios que tiene el museo en su colección. Me atraen los sombreros que llevan todos, y me gustó que el artesano usó el mismo material para unificar su imagen como banda de músicos [mirando el diseño de los sombreros y los colores, y guiándome por las letras visibles, pude encontrar que estaban hechos con cartones de la cerveza local Chibuku Shake Shake]. También me gustó el letrero que lleva en la parte delantera “New Design 1990”.

Cuando escribí sobre este proyecto y su “semilla”, la Muñeca Zapato, entendí que la razón por la que me interesaba la muñeca no era porque era la expresión de la tragedia de una niña en un contexto de miseria, sino porque era un ejemplo perfecto de buen objeto de juego: una manifestación de posibilidades.  

Aquí nos encontramos algo parecido; estos juguetes reciclados a menudo son una explosión de coloridos envases de productos, reinventados y reencarnados. Ofrecen multitud de caminos por los que adentrarse, a menudo todos de una vez: humor, críticas sociopolíticas, o puro diseño y belleza. Y por supuesto, hay muchas instancias en las que la línea que delimita el juego y el arte se difumina de forma gratificante.

Las fresas de esta cámara me recordaron a una ocasión de pequeña cuando me quedé prendada de una bolsa roja de plástico de una tienda de ropa de alta gama (relativamente). El tono de rojo me pareció de lo más delicioso, y en mi humilde opinión todos los aspectos del diseño eran sublimes. Mi hermana y yo tratamos de coordinar nuestra habitación para conjuntar con la bolsa de plástico, que llenamos de algo (¿papel?) para que pudiera tenerse en pie sola y apoyamos contra una mesa. Recubrimos varios elementos de la habitación con un papel de regalo rojo para conjuntarlo todo, y nos comportamos un poco como urracas humanas que tendían a su nido, escogiendo materiales atractivos que sirvieran.  

Quizás esta cámara resulte atractiva para ese instinto de urraca humana de coleccionar diseños bonitos y darles un buen uso. Un embalaje con fotografías de fresas jugosas es demasiado precioso como para no darle otra vida, y una cámara es el objeto perfecto para esa nueva vida. Podrían haberse omitido muchos detalles en esta cámara y seguiría siendo un bonito objeto, pero la persona que la fabricó se aseguró de que fuera lo más completa y colorida posible. Tengo curiosidad por saber si la palanquita para rebobinar funciona de alguna manera, y de ser así, si el movimiento es gustoso.

También pensé un poco en qué hace una cámara de verdad: captar un instante en el tiempo. Cuando “jugamos” a hacer una foto, ¿tratamos de captar un instante en nuestras mentes, o la atención se nos va toda en apretar el botoncito? Con las cámaras analógicas tenemos que escoger un instante y encuadrarlo; tenemos que tomar una decisión. Me hizo pensar en las diferencias en cuanto a cómo se procesan las imágenes en la actualidad, y en cómo los niños y las niñas están acostumbrados a ver imágenes en un bucle constante, visionando y revisionando todo desde que nacen. Me pregunto si esto cambiará su concepto del tiempo.

Mi pequeña andadura por las ramas de esta semana me vino por cortesía de la fotógrafa Martha Cooper (ahora quizás mejor conocida por su fotografía de graffiti, arte callejero y hip hop), a raíz de ver la colección de objetos relacionados con la fotografía que alberga ahora el Museum of Play (The Strong). Me encantó leer sobre sus primeros pasos en el mundo de la fotografía a la tierna edad de tres años, cuando su padre le regaló una cámara Kodak Baby Brownie. Más tarde, a finales de los setenta y principios de los ochenta, fotografiaría a niños jugando sin supervisión en barrios pobres de Nueva York (se hizo una recopilación de estas fotografías en el libro Street Play de 2006). Una selección de 20 de estas fotos fueron adquiridas hace unos años por el Museum of the City of New York, y puedes ver algunas aquí. Mirándolas ahora, algunas me dan la misma sensación que al leer El letrero secreto de Rosie de Maurice Sendak, en cuanto que captan la libertad del juego, de pasar el tiempo fuera de casa durante largas horas, y tratar de idear nuevas cosas que hacer.

Fue interesante pensar en este juguete como posible candidato para la colección de cámaras de juguete de Cooper en el The Museum of Play.

Miro esta cámara y pienso que la palanquita para rebobinar me está pidiendo que juguetee con ella, frunciendo las cejas con expresión harto profesional, antes de apuntar la cámara al protagonista de mi retrato. Di patata.   

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