Nº 7 ~

Guillotina de juguete

Francia, ≃1794

Antigua Col. D’Allemagne, ubicación actual desconocida

Vi esta guillotina de juguete por primera vez en el libro de Karl Gröber "Children’s Toys of Bygone Days" (1932) y únicamente he encontrado la fotografía en blanco y negro que aparece en él, en la que me he basado para mi dibujo. Nótese que los pies del muñeco están hacia arriba, como en la fotografía, y no hacia abajo como lo estarían en una ejecución de verdad. Cuando se publicó el libro de Gröber esta guillotina aún era parte de la colección de Henry-René D’Allemagne – un bibliotecario, historiador y coleccionista (1863-1950) – pero no he podido averiguar dónde se encuentra en la actualidad.  

No estoy segura de por qué me sorprendió tanto al inicio, ni de por qué me pareció más espantoso que cualquier versión en juguete de otros instrumentos para matar, tales como pistolas, flechas, granadas o tanques. Puede ser por el aspecto tan gráfico de la decapitación – vejar un cuerpo y romperlo físicamente en partes separadas. Pero ese mismo aspecto hace que el mecanismo de las muertes por guillotina sea más fácil de comprender que otras formas de morir; sin nuestras cabezas es evidente que no podemos funcionar, como tampoco puede funcionar un juguete de cuerda si hemos perdido esa llavecita.

Pronto mis pensamientos se fueron a los niños que contentamente destrozan muñecas Barbie y les arrancan las cabezas, y a las muchas figuras de Lego sin cabeza que tengo por mi casa, que pacientemente esperan a que les toque su turno de recolocación de cabeza, deseando que puedan volver a ser personas en miniatura en lugar de estar condenados a existir para siempre como torsos con extremidades.

Me di cuenta, también, de que la guillotina tenía muchos hilos de conexión con el mundo de la infancia: la reina en Alicia en el País de las Maravillas, que grita ‘¡Que le corten la cabeza!’, los últimos versos de la canción tradicional inglesa “Oranges and Lemons” (“Here comes the chopper to chop off your head, Chip chop chip chop” – “Aquí viene el cortador a cortarte la cabeza, chip chop chip chop”) o la rima en español ‘Aserrín Aserrán’, que también habla de cortar pescuezos, en ciertas versiones  (siempre acompañado de unas gustosas cosquillas de un adulto a un niño, que se ríe encantado), son solo algunas de las referencias literales a decapitaciones que se me ocurrieron.

Pensé en la truculencia de ciertas imágenes: las hermanastras de Cenicienta, que en la versión de Grimm se cortan los dedos del pie y el talón, y tratan de meter sus pies en esos zapatitos tan elegantes de cristal, con la sangre corriendo y goteando mientras los meten a presión; o Max y Moritz, que se portaron tan mal que acabaron triturados y devorados.

Y también recordé accidentes horribles más recientes, como el de Chicken Soup en Really Rosie de Sendak (cantado por Carole King), quien muere tras atragantarse con un hueso de pollo (“a little bone, a bitty thing, no bigger than my pinky”– “un huesito de nada, no más grande que mi meñique”), y los Pequeños Macabros de Edward Gorey (The Gashlycrumb Tinies), que empiezan por “La A es de Amy que rodó por las escaleras” y llegan hasta “La Z es de Zillah que abusó de la ginebra”.

Dichas como rimas o historias, nos hacen reír o al menos no solemos analizarlas demasiado, pero todos nos detenemos cuando vemos una cuchilla afilada.  

El libro de Gröber menciona que, durante la Revolución Francesa, estaba de moda regalar guillotinas de juguete a los niños, y que incluso Goethe había pedido a su madre que le comprara una de regalo a su nieto. Menciona una carta que envió la madre de Goethe a su hijo el 23 de diciembre de 1793, en la que se niega a comprar una ‘máquina de asesinatos’ para su nieto. Me llevé horas tratando de encontrar la fuente original de esta mención, y en un momento llegué a dudar de si la carta era real o si era una de esas citas que se había repetido tal cual sin verificar durante años, y que quizás había sido atribuida a ella erróneamente. Pero finalmente, con algo de ayuda, encontré la carta en alemán. La madre de Goethe deja claro que no está dispuesta a cruzar esa línea, y piensa que es de lo más perturbador que se aliente a los niños a entretenerse con juegos sangrientos. La máquina le parece grotesca.

Pero claramente a Goethe esta máquina le tiene fascinado, y en el libro ‘Goethe y Schiller: Historia de una amistad’ de Rüdiger Safranski, se menciona que Goethe compra al hijo de Schiller una guillotina de juguete. Me pregunto si su propio hijo acabó con una también. Algo me dice que sí.

Louis-Marie Prudhomme, periodista e historiador de la época, escribió en ‘Histoire générale et impartiale des erreurs, des fautes et de crimes commis pendant la Révolution Française’ (1797) que Pierre Gaspard Chaumette dio al joven Delfín una guillotina semejante mientras el pequeño estaba en la cárcel. He de confesar que no sabía nada sobre Chaumette ni del Delfín y su papel en la ejecución de María Antonieta, pero tras informarme un poco, es evidente que el regalo fue espantosamente torcido y macabro.

Aunque el mecanismo de la guillotina no fuera inventado por los franceses, la Francia revolucionaria la adoptó como una especie de símbolo. Durante una época varias personas morían en la guillotina cada día en París. Las mujeres a favor de la República se adornaban con pendientes en forma de guillotina, y las familias y los amigos de las personas ejecutadas se ponían lazos rojos en el cuello a modo de gargantilla, en homenaje a ellos. Los niños asistían a las ejecuciones, que eran tratadas como espectáculos públicos de disfrute, y muchos posteriormente consumían comida y bebidas en los puestos y establecimientos cercanos.

Se dice que los niños decapitaban muñecos (algunos de los cuales se habían confeccionado especialmente para este uso, para que “sangraran”– esto nos recuerda a las muñecas de hoy que lloran y hacen pipí y caca, o esos unicornios con caca de purpurina), y también algunos pequeños animales como ratas. No he podido encontrar referencias de la época que confirman estos detalles, pero no me parecen dudosos. 

En muchos sentidos, una guillotina de juguete ofrecía el juego de roles definitivo. Era una oportunidad de reírse de la muerte; una oportunidad o un intento de normalizar el horror observado cada día. Pero quizás lo más importante, en aquellos tiempos de caos e incertidumbre, ofrecía la posibilidad de ser el verdugo, el héroe, la persona que tenía todo el poder – al contrario que los adultos a su alrededor, tan expuestos a la volatilidad de la situación.

Este objeto se hace duro de mirar. Vamos a abordarlo desde otro punto de vista. Trata de no asquearte, pero ¿no te gustaría colocar algo en la máquina y verla en acción, afilada y bien engrasada? Algo inocuo, quizás, como una vela blanca común y corriente, ¿solo para ver cómo funciona ese mecanismo? Si te invadiera una sensación de rechazo, podrías pedirle a otra persona que accionara el mecanismo por ti. Pero, si solo fuera una vela de cera, ¿no querrías mirar cómo cae la cuchilla? 

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