Nº 3 ~

Obake no Kinta

Kumamoto, 2018

Hecho por Atsuga Shinpachiro

Japón es un verdadero cofre de tesoros en cuanto a juguetes se refiere, y entre sus joyas podemos encontrar muchos ejemplos de encantadores karakuri o juguetes autómatas. Esta ilustración es de un juguete karakuri tradicional que se sigue fabricando hoy gracias a un artesano de décima generación de Kumamoto llamado Atsuga Shinpachiro (厚賀新八郎).

El juguete se vende en la zona de Kumamoto y viene con su propia leyenda. En torno a la fecha en que el daimyō Kato Kiyomasa finalizó la construcción del Castillo de Kumamoto (1607) se dice que había un soldado de infantería muy gracioso llamado Kinta, a quien se le daba estupendamente hacer reír a la gente. Se le conocía cariñosamente con el apodo de Kinta el Gracioso, o Kinta el Payaso (おどけの金太 – Odoke no Kinta).

A mediados del siglo XIX, un titiritero de la zona, Nishijinya Hikoshichi (西陣屋彦七), creó un juguete karakuri basado en la leyenda local de Kinta, con un mecanismo mediante el cual, en un solo movimiento, los ojos se le ponían en blanco y sacaba la lengua. Atsuga Shinpachiro (nacido en 1943) es descendiente de Hikoshichi y es el único artesano que fabrica este juguete en la actualidad, siguiendo exactamente el mismo método que hace casi dos siglos.

Al principio se concibió como un juguete gracioso; al fin y al cabo, representaba a alguien que era famoso por ser chistoso, Odoke no Kinta. Pero el aspecto de la figura, algo macabra y bañada en laca roja y brillante, le valió el apodo de Kinta el Fantasma (お化けの金太 – Obake no Kinta).

Atsuga invierte aproximadamente una semana o diez días en hacer 50 de estos Obake no Kinta.  Están hechos de papel maché, y el mecanismo interno está hecho con bambú; puedes verlo haciendo uno aquí. También puedes ver a Atsuga en una entrevista aquí (en japonés) hablando de su trabajo.

Al investigar este juguete, empecé a pensar en la lengua como símbolo. Escondidas en nuestras bocas, las lenguas son órganos poderosos que nos permiten hablar, saborear y sentir. Cuando rompemos el acuerdo tácito de no mostrarla, lo hacemos intencionadamente. Queremos romper un momento, cambiar el tono en un instante. ¿Quién puede mantener el rostro serio después de haberle hecho alguien una pedorreta? Las lenguas sirven para relajar el ambiente, para insultar o para indicar placer; son disruptivas y sirven para retar en toda clase de contextos. ¿Te reirás? ¿Te dará asco? ¿Te escandalizarás?

Los juguetes que podemos usar y disfrutar repetidamente, aun conociendo la sorpresa que nos espera, tienen un encanto especial.

¡Saca la lengua! ¡Los ojos en blanco! Hazlo otra vez, Kinta. 

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