Nº 48 ~

Cascanueces

Alemania, s. XIX-XX

Füchtner Werkstatt

Para mi retrato de Nochebuena, pensé que sería oportuno escoger un objeto relacionado de alguna forma con la época navideña. Empecé pensando en contenedores para caramelos que hacen las veces de juguetes, pero luego recordé que los cascanueces siempre me han intrigado. Más de una vez me ha extrañado su presencia en contextos navideños, y he pensado que me falta información básica acerca de por qué están invitados, y cómo encaja Tchaikovsky en todo esto.

Empecé a buscar cascanueces en varios sitios, y comencé a fijarme más en sus rasgos. Sabía que tenían unas caras bastante graciosas y peculiares, pero cuando nos acostumbramos a un objeto y se convierte en una imagen familiar, tendemos a dejar de “verlos” bien, lo cual es una verdadera pena en este caso, porque las expresiones de los cascanueces son especialmente fantásticas.

Este señor, que se encuentra en el Weihnachtsmuseum (Museo de la Navidad) en Alemania, fue fabricado en el taller Füchtner en Seiffen, un pueblo en los Montes Metálicos. Su pelo y su barba están hechos de piel de conejo, y el museo nos dice que sus pies están hechos de masa de pan, que entiendo se refiere a pasta o masa de sal. Dicen que Wilhelm Friedrich Füchtner (1844-1923), el nieto del fundador del taller, fue el creador del arquetipo de cascanueces que nos parece tan reconocible hoy, con la gorra, la barba, las botas, y el elegante traje de soldado húsar.

Antes de este diseño existían otros tipos de figuras de cascanueces, que siguen fabricándose hoy. A menudo se burlan de las tiesas figuras autoritarias, y la mueca dentuda de las mandíbulas cascanueces es el toque perfecto para rematar su aspecto ridículo. La figura más conocida del cascanueces está basada en un personaje del cuento de Hoffmann ‘El cascanueces y el rey de los ratones’ (1816) [ver una versión completa aquí, traducida al español del alemán]. El cuento tiene lugar en Navidad, cuando una niña llamada Marie y sus hermanos reciben un magnífico castillo con mecanismo de relojería que ha hecho su padrino, relojero de profesión. A Marie le cautiva un soldadito que ve entre las figuras del castillo:

[…] se pudo ver un hombrecillo, pequeño y llamativo, que estaba de pie, en silencio y sin llamar la atención, como si esperara tranquilamente a que le tocara la vez. Había mucho que objetar a su figura, pues, aparte de que su torso, demasiado grande y largo, no concordaba con sus cortas y finas piernecillas, tenía una cabeza también excesivamente grande. Su correcta vestimenta mejoraba bastante las cosas, pues dejaba traslucir que se trataba de un hombre culto y refinado. […]

Resultaba curioso, sin embargo, que con aquella ropa llevase colgado a la espalda un estrecho y pesado abrigo de madera y que llevase puesta una pequeña gorra de minero […]”

El padre de Marie le explica que este hombrecito puede abrir nueces con sus dientes, y se lo demuestra:

“[…] lo cogió con cuidado de la mesa y, al levantarle el abrigo de madera, el hombrecillo abrió una boca grandísima dejando ver dos filas de dientecillos muy blancos y puntiagudos.”

Más tarde, el hermano de Marie le rompe la mandíbula y unos cuantos dientes al cascanueces, sobrecargándolo, y Marie se encarga de cuidarlo y le pone unas vendas. De noche, el hombre cascanueces cobra vida, entra en batalla con el malvado rey de los ratones, y se lleva a Marie a un reino mágico poblado de juguetes y muñecos.  

En 1844 el cuento fue adaptado y traducido al francés por Alexandre Dumas, y fue esta versión que sirvió de base para El Cascanueces de Tchaikovsky, algo que parece haberlo consolidado como elemento tradicional del imaginario navideño.  

Ahora, las partes del cascanueces que antiguamente se hacían con pasta de sal también se hacen con madera. Otros artesanos locales acabarían por imitar el diseño, y en la actualidad existen varios talleres de buena reputación en la región de los Montes Metálicos que fabrican este estilo de cascanueces, además de otros tipos.   

La región, conocida en alemán como el Erzgebirge, es una zona minera de Sajonia en la que se ha fabricado juguetes desde hace al menos 300 años. Puedes echar un vistazo a este vídeo de 1989 (en alemán), que muestra cómo se hacen los juguetes en el pueblo de Seiffen. En el vídeo aparece el taller de Füchtner, donde se ven las piezas de los cascanueces tomando forma.  

Este tipo de juguete es lo que a muchos nos viene en mente cuando pensamos en juguetes hechos a mano de forma experta, o en jugueterías mágicas rebosantes de cajitas de música y delicias mecánicas. El taller de Papá Noel de las películas de Hollywood parece estar basado en los talleres del Erzgebirge.

Este fenómeno me parece bastante interesante: la manera en que funciona y, literalmente, se fabrica la nostalgia, y cómo existe una Navidad de fantasía con un imaginario concreto establecido en todo el mundo, incluso en lugares en los que no se celebra la Navidad.

Algo que disfruté mucho fue pensar en las similitudes entre estos juguetes y el Obake no Kinta de mi tercer retrato: maestros jugueteros que trabajan en talleres y transmiten los secretos de su artesanía de generación a generación. En el caso de Atsuga Shinpachiro, es un artesano de décima generación. Markus Füchtner, el actual director del taller Füchtner, es juguetero de octava generación, y la sexta generación que fabrica estos diseños tan específicos.

También me pareció que el esmalte de los juguetes, tan brillante y colorido, resulta particularmente evocador y atractivo. Los colores son más vibrantes y vivos que muchos otros materiales, y son todo un festín para nuestros ojos en la oscuridad del invierno.

Y pensé en expectativas, en fantasías idealizadas y emociones desbocadas, y en cómo a menudo nos “autoagitamos”, anticipando una especie de frenesí sensorial. Recientemente, mi hijo cumplió ocho años, y en la mañana de su cumpleaños, me comentó: “No entiendo nada, es muy raro, mi cuerpo se siente igual que cualquier otro día.” Me vino a la mente ese comentario al leer uno de los párrafos al inicio del cuento de Hoffmann:

“Me dirijo a ti, benévolo lector u oyente (Fritz, Theodor, Ernst o como quiera que te llames), y te ruego que recuerdes vivamente tu última mesa de Navidad, repleta de lindos y atractivos regalos. Entonces podrás imaginarte también a los niños, de pie, quietos, mudos, con ojos brillantes.”

[…] El gran árbol de Navidad del centro de la sala estaba cargado de multitud de manzanas doradas y plateadas, y en todas las ramas pendían, a manera de capullos y flores, peladillas, caramelos de colores y toda clase de golosinas.”

Hay imágenes que ponen el listón bien alto. Hoy nos conformamos con pedir un año más calmado y mejor para todos y todas en 2022. Gracias por leer.

Previous
Previous

47. Muñeco de cuero

Next
Next

49. Máscara-saco de harina