Nº 39 ~

Osito de Hans Butzke

Alemania, 1925-1935

Fabricado por Steiff

The United States Holocaust Memorial Museum

Este osito ha estado en mi lista de objetos de juego para retratar durante meses, esperando a que llegara un buen momento para hacerlo. Desde que descubrí su historia – que sin duda será parecida a la de muchas familias a lo largo de la historia – ha estado rondando mi cabeza. Me ha hecho pensar mucho en la inocencia, y en cómo nuestras actitudes hacia ella son nudos liosos de contradicciones. También, inevitablemente, me recordó al maravilloso Otto, autobiografía de un osito de peluche de Tomi Ungerer.

Pero primero, dado que hasta ahora no he incluido en mis retratos ningún osito de peluche ni tampoco ningún juguete de Steiff, me detendré un poco en la figura de los osos de peluche (teddy bears en inglés), cómo surgieron, y cómo llegaron a dominar el mundo de los peluches. 

Algunos de nosotros sabemos la historia de Franklin D. (Teddy) Roosevelt y su encuentro con un oso en torno al año 1902, cuando estaba de caza en Mississippi; dicen que Roosevelt se negó a dispararlo por estar atado a un árbol, ya que le parecía un horrible ejemplo de antideportividad, siendo como él era un orgulloso cazador. A raíz de esta historia, Clifford Berryman, un caricaturista político del periódico Washington Star, creó una famosa viñeta que mostraba a Roosevelt negándose a disparar a un osito. Esto llevó a que Morris Michtom, el propietario de una tienda de caramelos de Brooklyn (que también se dedicaba a fabricar animales de peluche con su mujer), diseñara un osito de peluche y se lo dedicara al presidente, llamando al peluche “Teddy’s Bear”: puedes verlo aquí. Recibió permiso de Roosevelt para usar su nombre, su negocio creció, y en 1907 pudo fundar la empresa de juguetes The Ideal Toy Company.    

Pero los “teddy bears” tienen dos historias de origen simultáneas. En torno a la misma fecha en que ocurría esto en Estados Unidos, en Alemania, Richard Steiff (sobrino de Margarethe Steiff, que fundó la empresa Steiff en la década de 1880), también estaba trabajando en prototipos de ositos de peluche, basándolos en los bocetos de osos que dibujaba en sus visitas al zoológico. En 1902 produjo el primer oso de peluche de Steiff, el 55 PB [ver una réplica aquí ], que se presentó en la Feria de juguetes de Leipzig en 1903. Al inicio fue recibido con poco interés, hasta que un comprador americano llamado Hermann Berg lo vio y quedó tan cautivado que realizó un pedido de 3000 ositos allí mismo. El osito de peluche Steiff se convirtió en un éxito, y en 1907 Steiff produjo casi un millón de ellos.

Este particular osito de peluche Steiff fue propiedad de Hans Butzke, un niño nacido en Viena en 1929, hijo de Netty, enfermera, y Julius, contable. Tras la toma de control de Austria por parte de Alemania en 1938, se hizo evidente que la situación empeoraba de forma progresiva, y la familia decidió huir. En 1940 la familia pudo coger un tren a Ámsterdam, iniciando así un largo viaje a Panamá, desde donde emprenderían el viaje hacia los Estados Unidos.

Netty le dijo a Hans, que por entonces tenía 10 años, que agarrara bien a su osito, y que no dejara que nadie se lo quitara: hizo hincapié en este detalle. Se montaron en el tren, y unos soldados nazis no tardaron en quitarle el osito. Pero la reacción de Hans fue gritar tan fuerte que los soldados acabaron devolviéndoselo, tirándolo bruscamente y lanzándole insultos.

Llegaron a Ámsterdam, con el osito seguro y a gusto en los brazos de Hans, y emprendieron el largo camino hacia los EE. UU., finalmente asentándose en Brooklyn. Años más tarde, Netty y Julius le dijeron a Hans lo que Netty había decidido no decirle a su hijo cuando tenía diez años: había descosido una parte trasera del osito, y le había hecho un pequeño bolsillo en el cuello, donde había escondido unas joyas que ayudaron a la familia a rehacer su vida en Nueva York. Poco después de la muerte de Hans (que cambió su nombre a John en los EE. UU.) en 2010, su hijo y su nieta donaron el osito al United States Holocaust Memorial Museum en Washington. Puedes ver un vídeo acerca de la historia y la decisión de la familia de donarlo al museo.

Destacaron para mí varias cosas. La idea de un juguete de niño usado como objeto para transportar algo de forma clandestina me resulta interesante como concepto; miré en la colección del propio United States Holocaust Memorial Museum, y encontré otros dos buenos ejemplos de este fenómeno.

Uno de ellos es este mono de peluche, usado por una mujer judía austriaca llamada Helena Fuchs para sacar dinero de Viena clandestinamente. Su prometido ya estaba en Londres; se casaron allí y finalmente llegarían a Nueva York.  

El segundo ejemplo es este osito raído y maltrecho usado para esconder viñetas políticas anti-nazis por un hombre polaco llamado Jerzy Kajetanski [esta entrada del museo tiene varias erratas].

En ninguno de los dos casos, sin embargo, hay ninguna presencia de niños.

Encontré dos muñecas de la época de la Guerra Civil americana, una llamada Nina [ver aquí] y la otra Lucy Ann [ver aquí]. Se dice que las dos fueron usadas en el contrabando de medicinas como la quinina y la morfina, que eran ocultadas en sus cabezas huecas. En este caso, se dice que fueron usadas por niñas y continuaron usándose como muñecas.

Los juguetes parecen ser uno de los objetos preferidos de contrabandistas, tanto ahora como en el pasado: una sencilla búsqueda en Internet de contrabando de drogas usando juguetes nos da como resultado un vídeo de National Geographic sobre un equipo de aduanas que utiliza a perros para detectar la presencia de drogas. Vemos a uno de estos perros fácilmente detectar unas pastillas de éxtasis que han sido ocultadas en un coche de juguete.

Leer todo esto y mirar estos objetos me llevó a revisitar un recuerdo que he tenido desde pequeña, y que, según he averiguado recientemente, se había distorsionado bastante con los años. Mi recuerdo es que yo tenía unos 7 años y mi abuelo me regaló un osito en una visita al Reino Unido desde España. El osito era grande, de color dorado/mostaza. Al pasar por aduanas a la vuelta, el oficial me saludó y me preguntó si podía ver mi osito. Acto seguido, comenzó a estrujarlo con fuerza, mientras yo lo miraba inquieta. Después, pregunté a mis padres por qué había hecho esto, y me explicaron qué era el contrabando. En mi recuerdo, el oficial de aduanas era un señor bastante simpático que se limitó a darle a mi osito un apretujón extrañamente entusiasta.

Sin embargo, habiendo hablado con mi padre recientemente, mi “recuerdo vivo” claramente había sido fabricado posteriormente en mi cabeza a partir de fragmentos de conversaciones que tuve sobre el incidente a lo largo de los años, y de los recuerdos de otras visitas que hicimos al Reino Unido. En realidad, el incidente del osito tuvo lugar cuando yo tenía 3 años, y el oficial de aduanas no se limitó a estrujar al osito: le insertó unas largas agujas, y luego hizo referencia al protocolo y a las reglas, con actitud gruñona y algo pomposa. Me dicen que yo estaba profundamente triste, con el labio que me temblaba, aguantando para que no me saltaran las lágrimas mientras insertaba las ajugas. Cuando terminó, declaré tajantemente que ya no quería el osito porque este hombre tan malo lo había agujereado. Nadie se acuerda de qué le pasó al oso de peluche; puede que acabara abandonado en el aeropuerto.

La idea detrás de todo esto era que había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que mis padres habían explotado mi “inocencia” para transportar drogas u otras sustancias u objetos ilegales. En este caso, Netty puso su fe en el hecho de que Hans era un niño y que, por tanto, con suerte, se le percibiría como alguien sin importancia.

Hans tenía 10 años, no era un niño pequeño, pero sus gritos aún entraban en la categoría de algo ‘no sospechoso’. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera tenido 13 años? ¿14? ¿15? ¿O si el objeto hubiera sido un bolso? Suponemos que, para los soldados, tener que lidiar con un niño que gritaba porque le habían quitado su osito era demasiado lío, y seguramente descartaran a Hans como un niño pesado y sin importancia alguna. Era solo un plasta de niño con un osito.  

Esta consciencia de la a menudo automática desestimación de los niños por parte de los adultos fue lo que permitió a la familia Butzke sobrevivir y rehacer sus vidas.

Hans continuó colocando cada día a su oso del alma en la colcha de su cama, apoyado contra las almohadas, incluso después de ser padre y luego abuelo. Creo que nos sería difícil encontrar un compañero de aventuras con un aspecto más agradable que este osito.

Previous
Previous

38. Juego de Perros y Chacales

Next
Next

40. Cuna tablero de juguete